Experiencias de personas que hacen procesos de Terapia Gestalt en EmocionArt.
Llego a la sesión de terapia Gestalt. Hoy ando algo encogida, triste y agobiada porque estoy viviendo situaciones que me parecen injustas en el trabajo. Además, vivo rodeada de ruido provocado por unas obras de construcción justo al lado de mi casa. Siento que me cuesta respirar, me siento ahogada.
En la sala de EmocionArt, dos butacas enfrentadas. Son de asiento ancho, perfectas para sentarse a lo «yogui», con las piernas cruzadas. El terapeuta me pregunta que qué tal estoy. Su mirada es serena y profunda, pero mi oscuridad interior hace que la vea penetrante, casi inquisidora. Respiro y le cuento. Él se levanta de la butaca y coloca dos sillas vacías, una delante de la otra, y me explica el ejercicio que está a punto de abrirme una perspectiva que nunca había imaginado.
La silla de la derecha representa mi yo más racional, más duro y peleón; el que me obliga a ver las cosas desde lo establecido, desde lo que me enseñaron de pequeña y que se orienta según creencias y patrones de comportamiento heredados. A mi izquierda, la silla que representa mi yo más vulnerable, el que se siente víctima de las circunstancias, el dolido y desamparado, el que se declara impotente ante tanta injusticia y se hunde en la resignación del «esto es un valle de lágrimas y hay que sufrirlo sin más».
El terapeuta me pide que, en primer lugar, me siente en la silla de la izquierda y teniendo en mente la situación que me agobia, represente el papel adjudicado a esa silla. Me siento. Cierro los ojos y respiro mientras me pongo en situación. Los abro y de repente, me veo en la otra silla, con ojos llorosos que me miran con expresión asustadiza, desesperada, sin saber qué hacer.
Desde mi posición, puedo observar esa parte de mi. Soy yo pero este ejercicio me permite ver distintos enfoques. El terapeuta me guía y me pide que le diga a mi otra yo lo que considere desde la perspectiva de la silla que ocupo. Sin pensar, sale por mi boca todo el discurso. La riño, le digo que no hay para tanto y que deje de aferrarse al drama porque no vale la pena.
Le cuento que, si se siente mal es porque siempre asume responsabilidades que no le tocan; que tiene que parar de intentar cambiar lo que no puede. En cuanto he acabado, cambio de lugar y me siento en la otra silla, la que saca de mi el papel de víctima injustamente tratada por la vida y las circunstancias.
Cierro los ojos, respiro, sigo las indicaciones del terapeuta. Abro los ojos y en cuanto enfoco la mirada hacia mi otro yo, sentado en la silla de enfrente, siento que se apodera de mi una ola imparable de emoción. Empiezo a llorar mientras me cuento a mi misma, con el acompañamiento del terapeuta, todo por lo que me siento frustrada, triste y desesperanzada. Pero ahí está mi otredad, ante mi y el recuerdo de su reciente discurso.
De repente, me sereno y poco a poco noto que se ensanchan mis pulmones. La respiración es más calmada y profunda, ha dejado de dolerme la cabeza. De repente, tengo ganas de sonreír.
Me doy cuenta de que mi dolor está compuesto por un montón de creencias y emociones preestablecidas. Ahí delante veo a mi padre cuando me reñía de pequeña, a mi madre diciéndome que tengo que aguantar lo que me echen; veo todas las normas sociales que me han impuesto ser y actuar de una manera determinada; veo todo lo que no soy, lo que no es mío pero que me he creído y aceptado como cierto.
Lo repaso todo y lo suelto. Ahora, lo que queda es paz y el convencimiento de que todo está bien. Fin del ejercicio.
Vuelvo a sentarme en el butacón, de cara al terapeuta. Ahora ya puedo ver su mirada mucho más amigable, igualmente serena pero ahora la siento como la de un amigo, un compañero que me acompaña en este viaje. Y todo ¡por una silla! Igual como en el famoso cuadro de Magritte «ceci n’est pas une pipe», en la Gestalt, una silla no lo es.
Es una representación de tu interior; un proyector de tus oscuridades que te ayuda a sacarlas, a hacerlas conscientes para que puedas adoptar la posición del observador, ver todos los enfoques posibles y encontrar la solución.
La sesión concluye con un abrazo, de corazón a corazón, respirando calma, aceptación, amistad, tranquilidad. Salgo con una sonrisa, con la espalda más erguida, menos pesada, incluso creo que camino más ligera. Me siento bien gracias a una silla…o ¿no lo és?
Un comentario
Me encanto el relato, gracias por compartir felicidades